Un aguador de la India tenía sólo dos grandes vasijas que colgaba en los extremos de un palo y que llevaba sobre los hombros. Una tenía varias grietas por las que se escapaba el agua, de modo que al final del camino sólo conservaba la mitad, mientras que la otra era perfecta y mantenía intacto el contenido inicial.
Esto sucedía diariamente. La vasija sin grietas estaba muy orgullosa de sus logros pues se sabía idónea para los fines que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba avergonzada de su propia imperfección y de no poder cumplir correctamente con su cometido. Así que al cabo de dos años le dijo a su aguador:
– Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir por tu trabajo.
El aguador le contestó:
– Cuando regresemos a casa quiero que observes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
Así lo hizo la vasija y, en efecto, contempló muchísimas flores hermosas a lo largo de la vereda. Pero siguió sintiéndose apenada porque al final sólo guardaba dentro de sí la mitad del agua del principio.
El aguador observó su pesadumbre y le dijo a la vasija agrietada:
– ¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Quise sacar el lado positivo de tus grietas y sembré semillas de flores. Todos los días las has regado durante dos años y yo he podido recogerlas.
La vasija escuchaba sorprendida y a la vez emocionada. Entonces el aguador comentó:
– Si no fueses exactamente como eres, con tus capacidades y limitaciones, no habría sido posible crear tanta belleza.
Del blog de Miguel Angel Santos Guerra (el Adarve)
Efectuada la entrada por Salvador Pérez Guantes
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