23/6/08

LA RANA SORDA

Todos estamos hechos de la misma pasta, aunque cada uno sea único, irrepetible e irreemplazable. Y a todos nos ayuda más el aliento que la desaprobación, la felicitación que el reproche, el elogio que el vituperio. Sin embargo, no solemos ser muy dados a practicar la felicitación a los demás.
Basta preguntar a una persona qué es lo que más le ayuda, si un elogio o un reproche y sabremos inmediatamente que el elogio es más estimulante, más motivador, más agradable. La psicología del aprendizaje muestra de forma palmaria que el refuerzo positivo es más eficaz que el refuerzo negativo y, además, no lleva aparejados efectos secundarios negativos e imprevisibles.

He preguntado muchas veces a las personas con quienes me relaciono (profesores, directores, padres):
- ¿Recuerdas cuándo fue la última vez que has felicitado a un compañero, a un amigo, a un alumno, a un vecino… por algo bueno que haya hecho?
Muchos me miran con cara de extrañeza.
- ¿Por qué tenía que felicitar a alguien?
- No, no por un motivo determinado, por cualquier motivo.
Algunos no recuerdan la fecha (porque no existe) o la sitúan muy lejos en el tiempo. Sin embargo, si preguntamos cuándo fue la última vez que han criticado o descalificado a alguien, es probable que vengan a la memoria datos muy recientes.
Hace unos días me decía un profesor que lleva muchos años trabajando en la misma escuela:
- Llevo más de diez años en el centro. He hecho de todo: proyectos de innovación, exposiciones, viajes con los alumnos, actividades extraescolares… No he recibido ni una sola felicitación de mi director. Claro está que no hago lo que hago para recibir una palmada en la espalda, pero me hubiera gustado oír en alguna ocasión unas palabras de aliento.

No se debe confundir el elogio con la adulación. Porque la adulación es interesada y servil. El elogio sincero es, por contra, generoso y desinteresado. Charles Rolin decía que “la adulación no es más que un comercio de mentiras fundado por un lado en el interés y por otro en la vanidad”.

Daniel Colombo escribió el año pasado un pequeño libro titulado “Historias que hacen bien”. Una de ellas se titula “Aliento”. Dice que un grupo de ranas caminaba a saltos por el bosque. De pronto, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. El resto de las ranas se reunió alrededor del pozo. Cuando vieron cuán hondo era, les dijeron gritando a las dos compañeras que se dieran por muertas, que ni se les ocurriera tratar de salir.
Las dos ranas no hicieron caso a los gritos de sus amigas y siguieron intentando con todas sus fuerzas salir fuera del hoyo. Las que estaban fuera insistían en que los esfuerzos serían inútiles.
De pronto, una de ellas creyó que era preferible hacer caso a los consejos de las compañeras: ¿qué sentido tenía seguir saltando?, ¿para qué ese esfuerzo estéril? Tarde o temprano el desenlace fatal se iba a producir. En definitiva, que se rindió, se desplomó y murió. La otra rana no se daba por vencida y continuaba saltando tan fuerte como le era posible: “¿por qué no voy a salir?, ¿por qué no lo voy a intentar una y otra vez? Puede ser que no lo logre, pero yo lo voy a seguir en el empeño”, se decía.
El resto del grupo, al ver lo sucedido con la rana muerta, le gritó a la otra que abandonara aquel martirio inútil y que simplemente se dispusiera a morir, ya que no tenía sentido seguir luchando. Pero la rana, en un esfuerzo supremo, saltó una vez más y logró salir del hoyo. Y afuera la felicitaron:
- Nos alegra que hayas logrado salir, a pesar de lo que te gritábamos.
La rana no daba señales de entender nada de lo que le decían. Las otras, entonces, le hicieron gestos para que explicase lo que sucedía. La rana les explicó entonces que era sorda y que, aunque no había podido escuchar lo que le decían, había pensado que la estaban animando a esforzarse más y más para poder salir. Y que por ello les daba las gracias. Sus gritos de aliento la habían salvado

Del blog de Miguel Angel Santos Guerra
Entrada efectuada por Salvador Pérez

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